viernes, 7 de enero de 2011

EDMUND REUEL SMITH (3)

Después de pasar muchos días con Chancay, Sánchez y yo resolvimos hacer una visita formal al gran Mañín, sin que nos siguieran los otros de nuestra comitiva… Nos acompañó una parte del viaje un chileno que trabajaba por cuenta de un vecino indio, recibiendo en recompensa de su labor de cultivar los terrenos, cierto porcentaje de los productos. Se encuentran chilenos por todo el territorio; casi todos son fugitivos de la justicia, que se ganan la vida ocupándose en cualquier trabajo que se les proporcione. Con frecuencia se casan con indias y rápidamente se ponen a nivel de los salvajes, con quienes se asimilan fácilmente, sin conservar otro distintivo de la civilización que el nombre de cristiano.

El camino nos llevó en dirección al oriente, hasta pasar un cerro, y de allí continuó directamente al sur… El camino, surcado y destruido por el mucho tránsito, era indudablemente el peor que había visto hasta entonces. Caminábamos con el mayor cuidado, uno en pos de otro, cuando nos alcanzó un indio, quien anunció su proximidad por el saludo: ¡Mari, mari epu! (Buenos días ambos). Al juntarse con nosotros comenzó el diálogo usual en tales ocasiones, dirigiéndose a Sánchez, quien iba adelante.

Continuó la conversación por más de una hora, evidentemente con el fin de aliviar el tedio del viaje; pero a mí me produjo el efecto contrario y me habría quedado dormido a caballo si las peripecias del camino no me hubieran mantenido despierto. Al salir de los bosques llegamos a una hermosa planicie salpicada de numerosos grupos de árboles, y mirando hacia al oriente vimos por primera vez la cumbre del Quetredeguín. Este pico prominente es un cono truncado que presenta la apariencia de volcán, no sólo por su forma y color, sino también por el hecho de que estando cubierta de nieve la base, la cima se encuentra, sin embargo, completamente desnuda…

El palacio real de Mañín está situado en un rincón pintoresco, respaldado por cerros coronados de bosques, al pie de los cuales corre un riachuelo cristalino que baila alegremente sobre su lecho de guijarros. Con sus verdes prados, aguas puras y elevados árboles, éste me parecía uno de los lugares más hermosos de la región más apetecible de Chile. Sánchez contaba maravillas de su fertilidad.

-Si pudiéramos deshacernos de estos bárbaros –decía–, nosotros los cristianos luego echaríamos abajo los árboles.
-Mejor que queden los bárbaros con sus árboles –dije yo.
-¿Para qué sirven? –preguntó.

Smith, Edmond Reuel. Los Araucanos o notas sobre una jira efectuada entre las tribus indígenas de Chile Meridional. En: Rojas, Manuel. Chile: 5 navegantes y 1 astrónomo. Empresa Editora Zig-Zag, S.A., 1956, pp 97-98.

No hay comentarios:

Publicar un comentario