viernes, 7 de enero de 2011

EDMUND REUEL SMITH (1)

Tan luego como hubimos establecido nuestro campamento principiaron a llegar los curiosos, hombres y niños, atraídos por la novedad y tal vez con la esperanza de poder hurtar algo. Casi todos vestían el chiripá, prenda en forma de poncho que envuelve el cuerpo desde la cintura hasta los tobillos y sujeta por un cinturón o faja. Algunos usaban ponchos y unos pocos llevaban también camisas, viejas y mugrientas. Un indio de anchas espaldas, a pesar de no tener camisa, lucía un chaleco, demasiado estrecho para cruzar su poderoso busto, y llevaba en la cabeza un gorro viejo con galón de plata muy oxidada, en vez del pañuelo o cinta de colores con que generalmente sujetan el pelo.

No demostraban la taciturnidad e indiferencia estoica que estamos acostumbrados a atribuir a todos los indios; al contrario, eran vivos, habladores y en extremo novedosos. No dejaron nada sin examinarlo y aun mi traje, botas y sombrero no se escaparon de sus pesquisas, que acompañaban de risas, chanzas y exclamaciones de sorpresa. El cacique no demoró mucho en acercarse también y luego entabló conversación. Tenía mucho que preguntar sobre los sentimientos e intenciones del gobierno para con los indios y expresó muchas dudas con respecto de la anunciada visita del presidente Montt a las provincias del sur; temía complicaciones y aparentemente se sintió muy aliviado con las explicaciones de Sánchez. Nadie parecía demostrarle mucha deferencia y me sorprendió la falta de respeto que se notaba para los superiores, sobre todo entre los niños, quienes gozaban de la mayor libertad, mezclándose entre las conversaciones, expresando sus ideas de una manera no superada por la misma juventud yanqui.

Mientras conversábamos se anunció un mensajero de Mañín, enviado a causa de unos robos que habían ocurrido últimamente. El propio, sin desmontarse, dio su mensaje en tono de sonsonete en que se notaban algunos sonidos guturales y la frecuente repetición de las palabras piu, pi, pioe (yo digo, dije yo, dijo él). El cacique le escuchó de pie y todos los demás guardaron un silencio respetuoso. La respuesta se dio con la misma modulación monótona, sin ademanes ni inflexiones de voz, de manera parecida a la de los niños cuando repiten una lección aprendida de memoria.

Para mi modo de ver, anunciaron sus discursos en un estilo poco llamativo, pero Sánchez me dijo que ambos eran considerados oradores y muy reputados por la pureza de su dicción. Los mapuches tienen ideas propias respecto de la elocuencia, la que se estudia por ser el camino más seguro para distinguirse. Cualquier joven que posee cierta facilidad de palabra y una buena memoria puede aspirar a una alta posición. Los caciques siempre eligen para ayudantes y mensajeros a aquellos jóvenes que son capaces de expresar no sólo con claridad sus propias ideas, sino también de repetir con exactitud las palabras de otros, punto de importancia capital para la transmisión de las comunicaciones orales. Los mensajeros, por su constante roce con los hombres principales y por tener que hablar en las asambleas nacionales, obtienen gran influencia y a menudo suceden a los que son superiores a ellos en cuanto a cuna…

Smith, Edmond Reuel. Los Araucanos o notas sobre una jira efectuada entre las tribus indígenas de Chile Meridional. En: Rojas, Manuel. Chile: 5 navegantes y 1 astrónomo. Empresa Editora Zig-Zag, S.A., 1956, pp 83-84.

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