jueves, 15 de marzo de 2012

CANCIÓN DEL REGRESO


A fines de diciembre de 2011 conocí casualmente a Rafael Díaz, músico chileno. En realidad, es compositor y etnomusicólogo. Ese día llegué invitado por las organizadoras de un Coloquio sobre “Arte y Literatura Mapuche” que se daba en la Ufro (Temuko) y me senté junto a un señor que resultó ser Rafael. Lo vi silencioso y atento a las diferentes exposiciones. Recién vine a tener una idea de mi compañero de asiento cuando hizo algunas preguntas a don Alejandro Arroyo (músico chileno) que recién nos había ofrecido algunas piezas de música en guitarra de 10 cuerdas, basada en música mapuche.

Rafael Díaz es Licenciado en música y composición (U. de Chile), Master en música (Catholic University de Washington D.C.) y Doctor en Música (Universidad Autónoma de Madrid y Humboldt Universität de Berlín). En el folleto que acompaña a su último trabajo (Canción del regreso, 2011) dice que “su actividad composicional ha estado marcada por la cultura de los pueblos originarios de Chile y por manifestaciones de la religiosidad popular y la cultura mestiza chilena”.

Cuando le correspondió hacer su exposición se refirió, entre otros asuntos, al disco mencionado. Así supe que incluía al peñi Matías Catrileo como motivación. Nos dijo que durante la presentación de la obra en un concurso (Luis Sigall, mención violín, 2010) fue presentada como “El ángel de la guarda”, siendo que nombre es “El ángel de la guarda se le aparece a Matías Catrileo”. Recordaba, Rafael en esta ocasión, que del público una señora se le habría acercado para expresarle que ella percibía “algo” en la obra presentada. Se trataba de Matías indudablemente.

He aquí un detalle de las composiciones que contiene este CD[1]:

1 Lautaro (2010)
            I           El dios sombrío
            II         Río abajo
2 El ángel de la guarda se le aparece a Matías Catrileo Quezada (2010)
            I           El ángel de la Anunciación
            II         El ángel de los trigales
            III        El ángel de Vilcún
            IV        El ángel del olvido
3 Pewenmapu: Réquiem azul para Jaime Mendoza Collío (2008)
4 Rogativa por Alex Lemún (2002-2009)
5 Canción del regreso (1997)
6 (Des)aparecidos (1997)

En lo referente al contenido de las obras, reproduzco lo que el folleto dice:

Lautaro

Este concierto para guitarra y orquesta de cuerdas está escrito en dos movimientos. Sin embargo, su estructura interna está subdividida realmente en seis movimientos o, mejor dicho, en seis “estados vitales”. Está dedicado a Lautaro, quien fue quizás el líder más poderoso de nuestra historia pre-cristiana. El nombre “el dios sombrío”, es un apodo que le dio Neruda a Lautaro en su Canto General. El primer movimiento es una polifonía de sonidos y sentidos, en donde se entrecruzan la delicadeza de la naturaleza araucana y la reciedumbre de la idiosincracia mapuche. Musicalmente, las texturas, los sistemas modales y las armonías tímbricas son de origen mapuche. Ellas predominan sobre los recursos musicales de raíz cristiana (como la monodia gregoriana antifonal que se instala en el centro de este movimiento, herencia de la presencia capuchina en la zona). El segundo movimiento es el viaje del alma de Lautaro por el río Toltén a la Isla Mocha, la isla de los muertos para el pueblo mapuche. Río abajo está pues sustentado en el procedimiento técnico de la “Barcarola”, en la que un Caronte llamado “Chaw” conduce el espíritu de Lautaro río abajo, hacia el oeste, más allá del “Lafkenmapu”, la tierra del agua. Una iridiscencia de armónicos nos indica que la balsa que lleva a Lautaro ha alcanzado la desembocadura del río y, por tanto, su postrero destino.

El ángel de la guarda se le aparece a Matías Catrileo Quezada

La obra para violín y piano amplificado está dedicada al comunero mapuche Matías Catrileo, muerto a los 22 años en Vilcún, en un acto de reivindicación de tierras mapuches. La obra, que es un viaje sonoro por la circunstancia vital de Matías Catrileo, está dividida en cuatro estadios esenciales de su corta vida y está compuesta con elementos sonoros propios del panteísmo musical de la cultura mapuche: los sonidos de la naturaleza, el sentido de pertenencia a la tierra y la concepción de la vida como trascendencia y arraigo a la vez. A pesar de ser una obra que respondía al requerimiento formal de una pieza de “concurso” (Luis Sigall, mención violín 2010), es decir, poner a prueba la capacidad técnica de los concursantes, ese convencionalismo no está puesto aquí en función de exhibir el virtuosismo, sino que, por el contrario, su sentido profundo es expresar musicalmente la dramaturgia de la obra. Es, por tanto, una obra en sí, trasciende el mero hecho de ser un encargo para una competición y se trabsforma en un hecho musical autónomo, en un Treno, en un homenaje. Creo que ha llegado el momento de pedirle a Matías Catrileo, a Alex Lemún o a Jaime Mendoza Collío, comuneros mapuche muertos en esta última década, que rueguen por nosotros, por el alma de Chile, para que nunca más nos matemos entre hermanos.

Pewenmapu: Requem azul para jaime Mendoza Collío

La palabra Pewenmapu traducida del mapudungun significa “tierra del pewen”. El pewen es el árbol sagrado del pueblo Pewenche. El pueblo Pewenche, una rama hermana del pueblo mapuche, vive en la región montañosa de la cordillera de los Andes, lugar donde el invierno es extremadamente crudo. Esta obra nació como una instalación sonora. Consistía en un laberinto iluminado de verde, en el que el caminante iba activando secuencias de sonido según el rincón de la instalación que habitara. En el fondo, era una especie de viaje imaginario por la zona pewenche. En la versión para este disco, las sonoridades habituales de esta región cordillerana acuden al auditor, primero en forma sucesiva, como quien se adentra en una boscosa inmanencia, posteriormente en forma superpuesta, como si todas las entidades de este pueblo, su lengua, sus ritos y entidades se congregaran en un breve instante de tiempo, el que súbitamente se desvanece. Pewenmapu es también una obra donde interactúan los registros de trabajo de campo del compositor junto con la ejecución instrumental en estudio. Hay pues, una convivencia de ejecutantes chilenos y pewenches que comparten sus propios espacios-tiempos y sus propias sonoridades. La obra está dedicada al comunero mapuche Jaime Mendoza Collío, muerto a los 26 años en tierras pewenches, durante un acto de reivindicación de la tierra mapuche.

Rogativa por Álex Lemún

Este cuarteto de cuerdas intenta hacer oír y desoír la esplendente intemperie de la pampa mapuche en medio de la tormenta. La música utiliza gestualidades extraídas de un ceremonial pewenche, específicamente una rogativa dirigida al árbol del Pewen, fundamental en la vida espiritual y en la alimentación del pueblo pewenche. Estos melotipos que canta el Lonko en el ceremonial aparecen desfigurados en esta obra o, a veces, sugeridos en un discurso heterofónico fuertemente vinculado con el fenómeno del viento, el que parece formar cantos que permanentemente se deforman, se bifurcan y se desvanecen. La obra está dedicada al comunero mapuche Álex Lemún, muerto en Temuco a los 17 años en un acto de reivindicación del territorio mapuche.

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Independientemente de ciertas imprecisiones geográficas y del gusto musical de quienes leen este blog, les invito a buscar esta música. No estoy en condiciones de hacer una crítica especializada, por razones obvias; sin embargo, puedo asegurar que la música de Rafael me ha conducido por momentos inolvidables, de todos los tiempos, incluyendo el futuro. Me ha sorprendido enormemente que, desde el ámbito en que el autor trabaja, surja este tipo de manifestación. La llamada “música culta” siempre la hemos visto (si es que la vemos) conectada a otros asuntos y a otras clases sociales, a otros pueblos. No puedo más que agradecer que artistas como Rafael Díaz y Alejandro Arroyo (y ¡vaya a saber uno, cuántos más!) se sensibilicen respetuosamente frente a nuestra historia, en este caso específicamente en la figura de nuestros héroes.

También lo hicieron otros artistas chilenos notables desde la música popular con raíz folklórica, sino recuerden “Angelita Huenumán” (Víctor Jara) y “El guillatun” (Violeta Parra). Si ustedes escuchan las canciones citadas podrán encontrar también ciertas imprecisiones; pero, qué importan, cuando podemos entenderlo. Nosotros mismos, desde que nos acarrearon a las escuelas misionales, hemos estado contando – cada vez más – nuestra propia historia de manera imprecisa.

Gracias Rafael. Sólo espero que todos – los tuyos y los nuestros –, algún día podamos observar que nuestros esfuerzos han logrado generar espacios de verdadero acercamiento.



[1] Antes de despedirnos le pregunté a Rafael acerca de dónde podría conseguir su disco. Él me respondió “te lo regalo” y mientras hurgaba en su bolso, le respondí: mejor, hagamos xafkintu; yo te doy unos separadores de libros hechos en el telar por mí y tú, el disco.

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