domingo, 10 de noviembre de 2013

ALEJANDRO STUART


Un hombre excepcional que conocí allá por principios del 2004, en la capital del reyno –al decir de un amigo mío–, cuando Jaime Huenún nos invitó al lanzamiento de “20 poetas mapuche contemporáneos” (LOM Ediciones, 2003). Había gente de “Cultura en Movimiento” colaborando activamente en el asunto y por allí estaba Alejandro.

Nos invitó a su casa y por la noche estuvimos un grupo de poetas mapuche (Lorenzo Aillapan, Graciela Huinao, Leonel Lienlaf, Emilio Guaquin, Bernardo Colipan, Víctor Cifuentes, Paulo Huirimilla, Jaime Huenun, Maribel Mora y yo) disfrutando de una cena y de harta conversación. Aprovechó este amigo la ocasión para hacernos algunas fotografías. Por la tarde nos estuvo haciendo otras más personales y de estudio, a propósito de un proyecto con el Sello Alerce que no llegó a concretarse. (Grabamos – en estudio – unos cuantos poemas, con la idea de editar un CD).

Le perdí la huella durante unos cuantos años, hasta que mi peñi Victor Cifuentes me dio la noticia de que estaba en lo Temuko. Hasta su “casa-sede” en calle Carrera llegué un día. Allí le estuve esperando un rato. Apareció lentamente desde una micro. De inmensa humanidad, de mirada grave a ratos, aunque la mayor parte del tiempo iluminada con una sonrisa acogedora. Apasionado, vehemente el hombre.

Me contó que cargaba con un cáncer de mierda; pero, que con el uso permanente de una planta que se encargó de regalar a los cuatro vientos, logró contenerlo e incluso disminuir el tamaño del tumor de carajo. Lo contó como quien habla de un resfriado porfiado, y yo – por cierto – sentí algo extraño, porque por primera vez alguien me hablaba de la Dormida del modo que yo la miraba o la siento.

Me fui enterando de sus andanzas, de su activa participación en lo social-político-cultural-vida, y sentí una envidia silenciosa por su energía interior que contrastaba con la lentitud de sus pasos. Parece que no había actividad alguna en que no estuviera Alejandro con su cámara, registrando el momento para enviarlo a los cuatro puntos cardinales.

En la última ocasión que le visité, me recitó varios poemas y me entregó copia de unos cuantos. Hay en esos versos una proximidad con la poesía popular chilena indesmentible. Alejandro fue uno de ellos en el tiempo actual. No eran décimas; pero, eran tan cercanas a las de la vieja “Lira Popular”.

Un día llegué a su casa con un pedido. Le solicité que fotografiara algunos de mis trabajos en telar. La idea era cautivarlo y que un día llegara a mi casa-taller para que registrara el proceso que realizo con las artesanías y mis tapices. Finalmente, hicimos un xafkintu: él me hizo las fotografías y yo le hice un sujetador de guitarra con los colores que eligió. Confidenció que era un regalo para un amor de ahora. Ojalá que aquella persona haya quedado contenta con el obsequio de su enamorado. Ojalá que Alejandro haya tenido la dicha de su compañía.

En la última visita intercambiamos música. Le llevé una colección como de cuarenta discos de Nina Simone y él me entregó varios de Amparo, otros de Carlos Mejía Godoy, discursos del Che, de Allende, trovadores recientes y algo más.

Hubo una ocasión en que soñó con Nina, me contó un día. Él iba saliendo o algo así de la casa de sus padres en Vilcún y se encontró con ella. Conversaron y le dio a entender o le propuso que se dedicara a trabajar con los más jóvenes. Después de eso realizó un cambio en la forma de su trabajo que no en el fondo. Así me explicó su quehacer cotidiano de esta última etapa.

Tenía en la pared un xariwe masculino. Nunca antes he visto uno semejante. Me contó que se lo habían regalado. Quedamos en que me facilitaría una fotografía del objeto, con la idea de hacer una reproducción. No se llegó a concretar.

Así es la vida, una especie de sueño encantador y matices de pesadilla en ocasiones. Lo bueno es que cuando se ha vivido unas cuantas decenas de años, uno comienza a mirarla con simpatía y sin la ansiedad de los años nuevos. Pensaba visitarlo luego; pero, todo ha quedado en pausa. Hace un par de días vi en Internet una carta de Alfredo despidiéndolo. Estuve en una tocata que la Biblioteca Mapuche (Temuco) hiciera en su memoria y sentí que Alejandro ha de estar tranquilo, porque “más sabe el Diablo por viejo que por diablo”.

Un abrazo por la eternidad a este peñi adoptado por nosotros los “indios de carajo”.

07.09.13

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