lunes, 23 de abril de 2012

EL REINO DE LA DECENCIA




Los siguientes fragmentos fueron extraídos del ensayo “EL REINO DE LA DECENCIA. El cuerpo intocable del orden burgués y católico de 1833, de Maximiliano Salinas Campos, que obtuviera el Premio Alerce “Martín Cerda” 2000, entregado por la Sociedad de Escritores de Chile. Es un libro pequeño de sólo 85 páginas, fue financiado por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, e impreso por LOM Ediciones en marzo de 2001. Más que recomendable.

En ese entonces, el autor era Investigador asociado en el Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile y Vicepresidente de la Corporación Cultural “Roberto Parra”. Ha publicado, entre otros: “Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900”, (1991); “Versos por fusilamiento. El descontento popular ante la pena de muerte en Chile en el siglo XIX”, (1993); “En el chileno el humor vive con uno. El lenguaje festivo y el sentido del humor en la cultura oral popular de Chile”, (1998); “En el cielo están trillando. Para una historia de las creencias populares en Chile e Iberoamérica”, (2000).

HABLA EL JURADO DE LA OBRA

En la contraportada hay una nota firmada por El Jurado y dice así:

“Cuando lo lea, Ud. quizás se encontrará retratado en parte.

“Salinas rastrea en la herencia de nuestro ser profundo. Y la encuentra en el comportamiento del chileno de hace más de un siglo. Por eso, su ensayo es clave para entender cómo somos los chilenos de hoy, dando pistas para superar las censuras, autorrepresiones, discriminaciones, la falta de espontaneidad, el chaqueteo y el miedo a sobresalir por encima de la formalidad que nos impuso la chata y mediocre clase dominante del siglo XIX, que consideraba “locos” y “desconformados cerebrales” a los Lastarria, Arcos, Bilbao, al joven Vicuña Mackenna y a otros grandes pensadores por el simple hecho de violar el formalismo ramplón y de atreverse a ser críticos de la moralina de su tiempo”.

Habiendo leído el ensayo considero cierta la advertencia del mencionado jurado. Efectivamente, la investigación de Salinas nos lleva a comprender la idiosincrasia chilena: su afán por considerarse los “ingleses de América”, los descendientes exclusivos de España; su oportunismo, el aprovechamiento de cualquier ventaja que se presente, sin importar si con ello se perjudica al “prójimo”; su pequeñez xenofóbica no sólo frente a los pueblos mapuche[1] de América, sino también frente a sus vecinos. También, de algún modo, este ensayo nos entrega información que complementada con un profundo análisis a la historia de la educación chilena, nos puede llevar a comprender la abismante ignorancia en que se debate el pueblo chileno, víctima del ordenamiento decidido por las clases que gobiernan. Un pueblo ignorante, sin capacidad de crítica, es gobernable, puede ser conducido a comportarse según las conveniencias del poder establecido.

Allí estamos nosotros, dramáticamente, desde que fuimos invadidos y despojados. Es significativo adentrarnos a comprender al chileno común, tan víctima como nosotros. Por eso, entonces, los invito a leer algunos fragmentos del ensayo del señor Salinas. A ver si los entusiasmo y se lanzan a una lectura total.

Las notas que se citan al final de cada párrafo, pertenecen al autor (Maximiliano salinas Campos) y son las aparecen en la publicación.

EL REINO DE LA DECENCIA


La reacción antiliberal la encarnó de modo insuperable el ‘dictador-empresario’ Diego Portales, metáfora suprema del ordenamiento oligárquico y católico del Chile decimonónico, y aún después. Hombre de negocios, y ciertamente utilitario en sus tratos con la Iglesia católica (“no creo en Dios, pero creo en los curas”), entregó su vida a la configuración del cuerpo ‘intocable’ del orden público, razón por la cual estuvo dispuesto, como lo confesó, a balear a su propio padre. Él habría movido, como dijo con evidentes ribetes mitológicos Carlos Walker Martínez, “con solo el fruncimiento de sus ceño, toda la República”[2].

Salinas C., Maximiliano. El Reino de la Decencia. Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Santiago, 2001, pp 8.

Bajo las apariencias formales de una república el orden burgués y católico de 1833 conservó al fin de cuentas lo que fue el sueño prolongado de la monarquía moderna de los siglos XVI a XVIII: la utopía de la preservación impecable del orden público de un Estado absolutista en su origen. Los cuerpos de los chilenos y el cuerpo por completo de Chile debieron someterse a la amoralidad absoluta del Estado confesional católico, contra la inmoralidad absoluta de la Revolución liberal. Como si fuéramos una copia de la Inglaterra del duque de Wellington, Diego Portales aseguraba en 1832 que jamás había que capitular “con los enemigos del orden, de la verdad, de la honradez y de la decencia”[3].

El gobierno de Chile fue controlado eficazmente por los grandes propietarios en alianza con la Iglesia católica. Como se lo dijeron a Manuel de Salas en 1834: “[El] actual estado de cosas es obra de la violencia. Es verdad que se halla sostenido por las dos clases más respetables de toda sociedad: la propiedad y el sacerdocio, que son las que han mandado siempre en tiempos ordenados y de paz; pero nosotros no podemos disimularnos que nos hallamos en tiempos de revolución…”[4]. La verdad era que el tiempo de la revolución de la Independencia había pasado. Ahora se implantaba la reacción conservadora y antidemocrática. En 1843 opinó el cónsul general de Francia en Chile, Enrique de Cazotte: “Puede esperarse que Chile gozará de una tranquilidad perfecta mientras su organización actual no sea alterada por el elemento democrático y el clero marche de acuerdo con la clase de propietarios”[5].

El régimen de 1833 fue represivo en su esencia. Persiguió, como una obsesión, la ‘pureza’ del lenguaje, de las ideas, de las costumbres, de la vida toda. El cuerpo intocable del orden oligárquico y católico se reprodujo constantemente a través del silencio impuesto, de la censura política, del control de los movimientos espontáneos y naturales de la vida. A fin de conservar la majestad del cuerpo burgués y católico – de ‘la propiedad y el sacerdocio’ – se tuvo que renunciar a las expresiones más libres y propias del cuerpo sencillamente humano. Este régimen se mantuvo, al menos explícitamente hasta 1925, cuando se separó el Estado nacional de la Iglesia católica romana[6].

Salinas C., Maximiliano. El Reino de la Decencia. Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Santiago, 2001, pp 10-12.

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Imagen: Cruz del trigo
Fotografía: Patricia Chavarría

El cuerpo apolíneo del orden establecido se opuso a todas las ‘groserías’ de las formas religiosas populares o no-católicas. Los intendentes juraban observar y proteger “la religión católica, apostólica, romana” y “conservar el decoro del estado eclesiástico del mismo modo que el orden  de la sociedad y la moral pública”.[7] En 1854 el intendente de Chiloé se lamentó que la mayor parte de los habitantes de su región estaban en posesión de “creencias absurdas i supersticiosas, groseras i bárbaras, propias de la gentilidad antigua”.[8] La política de Estado  requería una preocupación por esas formas religiosas de desorden público. Por lo mismo la cultura mapuche fue criticada por los ministros de educación y culto del presidente Manuel Montt.[9]

Salinas C., Maximiliano. El Reino de la Decencia. Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Santiago, 2001, pp 19-20.

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El nuevo cuerpo católico y burgués debía emerger a distancia considerable de los ‘rotos’ y de las ‘roterías’. El ‘roto’ era, en su execrable exterioridad, el agente de toda posible anarquía y superstición derrocadora de la majestad del Estado. Es notable la siguiente descripción que hiciera Carlos Walker Martínez del ceremonial de apertura solemne de las sesiones anuales del Parlamento chileno: “[Había] sido eminentemente oficial i revestido un carácter excesivamente severo, pues por su propia índole no se prestaba a farsas ruidosas, ni manifestaciones de populachería…; iba el Presidente a pie, rodeado de los ministros, cruzado el pecho con la banda tricolor; i cerraba la marcha la escolta, de gran parada… Jamás gritos, ni aplausos en el trayecto, ni desórdenes, ni rotos!.[10]

¿Cómo apartarse de ‘rotos’ y ‘roterías’ al menos en los cultos e ilustrados espacios urbanos? Había momentos en que el pueblo tomaba súbita posesión de esos espacios con su propio espíritu religioso como ocurría para la pascua de Navidad. Si la Semana Santa era el ritual conducido paso a paso por el clero como funcionario público del Estado, la Navidad era la oportunidad pública de los ‘rotos’ de intervenir en la ciudad.

El orden de 1833 buscó paulatina y persistentemente desterrar esa presencia.

Ese mismo año fundacional el obispo de Santiago Vicuña Larraín prohibió los villancicos ‘rotosos’ en la Cañadilla de Santiago.[11] En 1845 el arzobispo Valdivieso prohibió las manifestaciones plebeyas o populares de Navidad como “cantares con entonaciones profanas”.[12] Ese año no podían entrar fácilmente a la Catedral de Santiago los de “poncho”.[13] La Intendencia de Santiago corroboró las prohibiciones arzobispales de 1845 en 1853.[14]

Salinas C., Maximiliano. El Reino de la Decencia. Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Santiago, 2001, pp 22-23.

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Desde una tribuna política, Benjamín Vicuña Mackenna estampó frases indignadas relativas a los protagonistas de la Comuna parisiense en El Mercurio de Valparaíso. Hablo de “aquellos rotos endiosados”, de “oleaje de estúpidos, de vagamundos”, de “las aspiraciones rencorosas y emponzoñadas de las masas brutas y desgraciadas”, de “pandilla de bribones”, de “excentricidades, contradicciones monstruosas, y teorías que dejan helados a los más escépticos”, de “salvajes, y más ignorantes de la práctica de la libertad que los pehuenches andinos”, etc.[15]

Salinas C., Maximiliano. El Reino de la Decencia. Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Santiago, 2001, pp 39.



[1] Ka mapuche (otro mapuche, distinto a nosotros; otra nación) decimos los mapuche, para referirnos a cualquier otra nacionalidad originaria; así, por ejemplo, son ka mapuche los aymara y los rapa nui.
[2] Carlos Walker Martínez, Portales, París 1879,170.
[3] Simon Collier, obra citada, 316.
[4] Carta de Joaquín Campino a Manuel de Salas, 1.7.1834, en Simon Collier, obra citada, 333.
[5] Cfr. Jorge Edwards, El decenio de Bulnes a través de los archivos del Quai d’Orsay, en Boletín de la Academia Chilena de la Historia XXXIII, 74, 1966, 12.
[6] Sobre la noción de burguesía, Werner Sombart, El burgués: contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno, Madrid 1993; Eric J. Hobsbawn, Las revoluciones buerguesas, Barcelona 1987; Louis Bergeron, Las revoluciones burguesas y el reparto del mundo, Barcelona 1971; Donald M. Lowe, Historia de la percepción burguesa, México 1986; José Luis Romero, Estudio de la mentalidad burguesa, Madrid 1987; E. Florescano Ed., Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina 1700-1955, México 1985; Sergio Villalobos, Origen y ascenso de la burguesía chilena, Santiago 1987. Acerca del “núcleo portaliano-ultraconservador” de 1830 como “reproducción de la política nacional dentro de un Estado fundado sobre otras legitimidades, burguesas e ilustradas”, Jorge Núñez Rius, Estado, crisis de hegemonía y guerra en Chile 1830-1841, en Andes IV, 6, 1987, 137-189. Sobre el mundo de las ideas religiosas y culturales partir de la Independencia y el impacto de la nueva mentalidad burguesa en el catolicismo romano en Chile durante el siglo XIX, véase Maximiliano Salinas, La reflexión teológica en torno a la Revolución y al papel de la iglesia en la naciente República, en Anales de la Facultad de Teología, Universidad Católica de Chile, XXVII, 2, 1976, 13-71; Idem, El laicado católico de la Sociedad Chilena de Agricultura y Beneficencia 1838-1849. La evolución del Catolicismo y la Ilustración en Chile durante la primera mitad del siglo XIX, en Anales de la Facultad de Teología, Universidad Católica de Chile, XXIX, 1, 1978, 1-174; Idem, Notas varias sobre la actividad teológica chilena entre 1840 y 1880, en Anales de la Facultad de Teología, Universidad Católica de Chile, XXXI, 1, 1980, 12-37; Idem, Teología católica y pensamiento burgués en Chile 1880-1920, en Pablo Richard ed., Raíces de la teología latinoamericana, San José, Costa Rica 1985, 173-190.
[7] Manuel Bulnes, Ramón Luis Irarrázabal, Lei de Arreglo del Réjimen Interior, Santiago 1844, 1, 30.
[8] Memoria que el Intendente de Chiloé presenta al Señor Ministro de Estado en el Departamento del Interior, dando cuenta de todos los ramos de la administración, Santiago 1854, 16.
[9] “[Esa] vida grosera que le es tan halagüeña, y que tanto se opone al desarrollo de la religión…”, Memoria que el Ministro de Estado en el Departamento de Justicia, Culto e Instrucción Pública presenta al Congreso Nacional de 1857, Santiago 1857.
[10] Carlos Walker Martínez, Historia de la administración de Santa María, Santiago 1890, II, 161.
[11] Eugenio Pereira Salas, Los orígenes del arte musical en Chile, Santiago 1941, 189-190.
[12] Boletín Eclesiástico del Arzobispo de Santiago, I, 223-224.
[13] Cfr. María Angélica Illanes, ‘Entre-muros’. Una expresión de cultura autoritaria en Chile , en Contribuciones (Flacso) 39, 1986, 7-8.
[14] Cfr. Boletín de la Policía de Santiago I, 1901, 401.
[15] Benjamín Vicuña Mackenna, La insurrección del comunismo, en El Mercurio, Valparaíso, 6-9.6.1871.

lunes, 16 de abril de 2012

SI LOS ELEFANTES HABLARAN O SI LOS HUMANOS PENSÁRAMOS


Imagen: http://fiestoforo.blogspot.com

Eso de entretenerse cazando animales inocentes... es demasiado básico, o sea, casi primitivo... ¡Pensar que algunos peñi, también han adquirido el gusto por cargar una escopetita y disparar y disparar en contra de animales indefensos!!

Hace unos años divisé a dos personas desconocidas al interior de uno de nuestros potreros... había escuchado un disparo y por eso salí a la loma... Como quien anda por su casa, se me fue acercando un hombre algo joven, de unos 40 y tanto, acompañado de un chiquillo de 11 ó 12 años. Mientras se aproximaba me mostraba un rostro sonriente, afable... casi imaginé que me diría "¿Cómo está usted, buen hombre?". De modo, que antes que me dijera cualquier tontería de las que acostumbran decir estos personajes de ciudad, me lancé:

- ¿Quién es usted? ¿A quién pidió autorización para ingresar a nuestro predio?
- (Algo sorprendido) Buenos días...
- ¿Qué hace vestido de esa forma? ¿A qué guerra se dirige?
- Es que andamos cazando... (o algo así)
- (Sin dejarle terminar) Y, este niño, ¿qué hace con usted?
- ¡A qué guerra va, dígame usted! (Vestía, él y el niño, traje de tela camuflaje. También llevaba casacas apropiadas... ¡Toda una pinta!) ¡A quién le pidió autorización para meterse en terreno que no es suyo y para ir disparando contra liebres y pájaros inocentes, que no tienen ninguna posibilidad de defenderse contra usted!
- (Tratando de explicar lo inexplicable...)...
- (Sin darle lugar a que hable) No sienten vergüenza ustedes de enseñarle a sus niños a matar animales que nada han hecho... ¿Acaso andan con hambre? Por que por acá, los únicos que salen a cazar son aquellos que están más empobrecidos que los demás, y por eso no les decimos nada; al final, matan lo necesario para comer y no es por entretención...
- (En silencio)
- ¡Qué pasaría si nosotros fuéramos a sus ciudades a cazar los pájaros que andan posándose en los cables del alumbrado! ¡Qué diría usted si llegáramos nosotros disparando por sus calles! ¡Le parece justo, necesario, venir a romper nuestra tranquilidad y la de los animales que alegran nuestras vidas, o acaso cree que los dejamos vivir por que somos imbéciles!
- (En silencio e incómodo)
- ¡Váyanse! (Eran un piño de citadinos, arriba de un bus que desde el día anterior se habían dejado caer por los campos de los mapuchitos, para entretenerse cazando mamíferos y aves del bosque y de las praderas... léase: perdices, liebres, conejos, zorzales, torcazas, tórtolas y vaya uno a saber qué más...)... ¡Váyanse y no vuelvan, si han de llegar con ese nivel de irrespeto! ¡Nada de lo que usted pretende explicar, es explicable! ¡Llévese a estos niños a otro sitio y enséñeles a ser gente, no brutos!

Los hice pasar al camino de salida, y me quedé allí para que me vieran... El hombre llegó al bus estacionado en el camino público, y se fueron...

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Usted peñi, lamgen, no debiera permitir que la gente de los pueblos y ciudades ingrese por su campo, como si del patio de su casa se tratara... En general, las gentes de las ciudades son irrespetuosas, nos menosprecian, creen que somos ignorantes y por ello se sienten con la autoridad para llegar hasta nosotros, haciéndose los lindos... No sólo van a matar nuestros animales, por entretención, sino que también nos dejan sus basuras, a propósito.

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Todo esto, porque el vejete rey español ha sido noticia al haberse lesionado, mientras se entretenía cazando elefantes...

Si los elefantes hablaran... no le dirían ¡por qué no te callas!, no... le dirían ¡por qué no te vai a la punta del cerro, viejo c....!, ya que además de entretenerse matándolos, habrían pagado más de 30 millones de pesos chilenos, a la empresa que vende la entretención.

Me puse a pensar que con esa cantidad podría pagar algunos magísteres y un par de doctorados. También podrían estudiar unos cuantos sobrinos míos hasta obtener su titulación. También podría
 pagar 500 meses de arriendo y... mejor no sigo sacando cuentas de cuántas cervezas o algo así.